El papa argentino

Por Roberto Romani (*)

Lo conocí a mediados de 1983, cuando se desempeñaba como rector del Colegio Máximo de San Miguel, y visité aquella institución integrando una delegación entrerriana.

Los Bergoglio en Paraná son recordados por su participación en una importante empresa de pavimento, a la cual se incorporó el abuelo de Jorge Mario.

También por el llamado Palacio Bergoglio, edificio de cuatro pisos; el primero que contó con ascensor en la capital provincial, y en la cual residió la familia cuando llegó de Italia en 1929.

El 13 de marzo de 2013 nos encontrábamos en la Escuela Secundaria de Colonia Elía, departamento Uruguay, cuando la emoción invadió a todos los presentes.

El cardenal argentino había sido elegido Papa, y el nombre de Francisco marcaría la presencia en el Vaticano de un jesuita y primer religioso americano al frente de la Iglesia.

Entonces, el pequeño pueblo de gente amiga, se convirtió para mi corazón, en el escenario inolvidable de un acontecimiento histórico e irrepetible.

Nacido en Flores, el 17 de diciembre de 1936, el hijo de Mario y Regina se recibió de Técnico Químico en la Escuela Industrial Hipólito Irigoyen, ingresando el 11 de marzo de 1958 al noviciado de la Compañía de Jesús.

Se ordenó sacerdote el 13 de diciembre de 1969.

Fue Provincial de los Jesuitas, dos veces presidente de la Conferencia Episcopal Argentina y arzobispo de Buenos Aires a partir del 28 de febrero de 1998, siendo elevado a la dignidad de cardenal por el papa Juan Pablo II el 21 de febrero de 2001.

En la Pascua de 2002 habló de José Hernández y de su libro más conocido, ante las comunidades educativas de Buenos Aires:

“El Martín Fierro es un texto en el cual, por diversos motivos, los argentinos hemos podido reconocernos, un soporte para contarnos algo de nuestra historia y soñar con nuestro futuro.

Es una obra de denuncia, que se opone a la política oficial y propone la inclusión del gaucho dentro del país que se estaba construyendo.

Habla de la dignidad misma del hombre en su tierra, haciéndose cargo de su destino a través del trabajo, el amor, la fiesta y la fraternidad”.

Cuando su sonrisa argentina asomó en el balcón de la Basílica de San Pedro y despertó el júbilo de miles de cristianos, nos acordamos de su aseveración:

“El optimismo es una actitud psicológica frente a la vida. La esperanza va más allá. Es el ancla que uno lanza al futuro y que le permite tirar de la soga para llegar a lo que anhela.

La esperanza es teologal: está Dios de por medio. Por todo eso, creo que la vida va a triunfar”.

Al amanecer de este lunes 21 de abril nos enteramos que el papa Francisco había muerto, a los 88 años.

Sin dudas, el primer Papa argentino, una de las figuras más queridas y con mayor influencia en la Iglesia Católica del mundo.

Jorge Mario Bergoglio deja una huella indeleble en la cristiandad y un ejemplo a seguir en todo el mundo.

Su cercanía con la gente, su compromiso con los pobres y su lucha por la paz en el universo, quedarán en la memoria de los fieles.

También su preocupación por la migración, los derechos de las minorías y su llamado desesperado por el cuidado del medio ambiente.

Sintiendo que se apagaba su vida, hizo un esfuerzo enorme para saludar al pueblo reunido con motivo de la Pascua.

Nos quedará la imagen de su Santidad bendiciendo por última vez a los peregrinos.

Y a los argentinos, la felicidad de saber que un hijo de esta tierra sembró, todo el tiempo, el amor en el corazón de sus hermanos, dejando un recuerdo que nos hará más linda la vida.

(*) Periodista, escritor y exfuncionario provincial