Por Sergio Wischñevsky (*)
Javier Milei ha citado muchas veces a Juan Bautista Alberdi. Busca con ello darle una pátina de legitimidad histórica a su experimento libertario, pero cada una de las medidas que intenta imponer son contradictorias con los ideales alberdianos. Digamos de movida que Alberdi efectivamente era un liberal en sus concepciones económicas y políticas, pero ya a mediados del SXIX vio que los liberales argentinos eran otra cosa: «Los liberales argentinos son amantes platónicos de una deidad que no han visto ni conocen. Ser libre, para ellos, no consiste en gobernarse a sí mismos sino en gobernar a los otros. La posesión del gobierno: he ahí toda su libertad. El monopolio del gobierno: he ahí todo su liberalismo. El liberalismo como hábito de respetar el disentimiento de los otros es algo que no cabe en la cabeza de un liberal argentino. El disidente es enemigo; la disidencia de opinión es guerra, hostilidad, que autoriza la represión y la muerte».
Alberdi tenía entre sus más altas aspiraciones construir una Nación, un proyecto de Argentina que imaginó grande y próspero, pero para ello sintió que no podía contar con los argentinos realmente existentes, pensaba que la única manera de traer la civilización a estas tierras era con europeos: “Haced pasar el roto, el gaucho, el cholo, unidad elemental de nuestras masas populares por todas las transformaciones del mejor sistema de instrucción; en cien años no haréis de él un obrero inglés que trabaja, consume, vive digna y confortablemente”.
Fue en ese sentido que la primera revista que dirigió estuvo dedicada a la moda. El 18 de noviembre de 1837 apareció en Buenos Aires el primer número de la revista La Moda, la publicación pionera en analizar los estilos porteños, cuya portada proclamó: “Gacetín semanal de música de poesía, de literatura, de costumbres”. Con sus arbitrariedades sobre levitas, los colores en boga y los peinados matizados con la vida de salón compusieron un extraño corpus de moda y literatura distribuidos en treinta y dos ejemplares. El 27 de enero de 1838, Alberdi se refirió a un modismo denominado La paquetería: “Hay grandes errores respecto de la paquetería, ese arte dificilísimo de hacerse agradable por la estricta observación de reglas fundadas en una estrecha armonía entre la persona y el trage (sic) y maneras. Se cree generalmente que es muy fácil ser paquete… pero requiere un talento especial”. ¿Por qué tanto interés en la moda? A su manera, Alberdi, quería traer las costumbres europeas a estas salvajes tierras, era parte de su proyecto civilizador. La moda disciplina y marca las jerarquías sociales.
Pero hay una gran diferencia entre las ideas liberales del siglo XIX y los actuales libertarios del siglo XXI. Aquellos, en sintonía con un capitalismo en expansión, buscaron en el Estado Nación la base de constitución de un mercado nacional y la integración de la población para tener un mercado de trabajo. En definitiva, construyeron las bases de nuestra nacionalidad. Lo hicieron, claro está, sobre la exclusión de enormes mayorías y con el ideal de un argentino modelo, blanco y europeo. De la mano de ese proyecto fue que Alberdi fue el gran impulsor de la Constitución nacional, y Sarmiento buscó universalizar la educación.
Son muy interesantes los debates que tuvieron Alberdi y Sarmiento. En lo que a la Constitución refiere, Sarmiento le criticó a Alberdi que haya prácticamente calcado la de EEUU. Le objetó, con gran agudeza, que la Constitución de un país debía ser el resultado de las relaciones de fuerza de ese territorio, con las características culturales, sociales y económicas en que se encontraran. Traer un texto constitucional desde el extranjero y pretender meterlo con fórceps en Argentina, es un ejercicio artificial destinado a resquebrajarse en forma permanente.
Este debate proviene de otro que los mismos contendientes libraron de manera apasionada. Por momentos se agredían sin misericordia, Sarmiento llegó a decirle entre mil insultos “vieja solterona a caza de maridos”. Pero detrás de toda esa hojarasca, el debate era profundo. Alberdi creía que la manera de construir el proyecto argentino era de arriba hacia abajo. Primero armar la institucionalidad: la Constitución, las instituciones, la separación de poderes; en definitiva, los resortes de una república. Sarmiento, en cambio, pensaba que no había república posible si no se construía desde abajo hacia arriba. La educación del pueblo, aquí también él tenía reparos con gauchos e indios; pero por sobre todas las cosas el veía cómo fundamental el reparto democrático de la tierra. La tierra en aquella época era la principal fuente de riqueza, los territorios a repartir eran gigantescos y la cantidad de población era escasa. El modelo norteamericano que le interesaba no era el texto constitucional sino el Farmer, el pequeño productor agrícola. Es ahí donde veía la posibilidad de una democracia. Si las riquezas están repartidas más o menos equitativamente, los ciudadanos tienen la posibilidad de hacer valer sus derechos. Para Sarmiento ese era el secreto del modelo de EEUU, y desde el cual se levantaba toda la ingeniería institucional. Si el armado es al revés, si la riqueza se concentra en pocas manos, si surgen oligarquías con enorme poder, la Constitución y las instituciones son cascaras vacías a merced de esos poderosos que podrán violar todas las leyes a su antojo. Es un gran debate del siglo XIX que tiene una vigencia impresionante.
El liberalismo modelo del siglo XXI corresponde a otra etapa del capitalismo, ya no busca construir un Estado Nación, por el contrario, lo ve cómo un obstáculo para los negocios. El Estado regula la vida en sociedad, integra, a los libertarios no les interesa la integración. Los negocios globalizados ven cómo un estorbo toda barrera. La idea misma de la argentinidad está en entredicho. Por eso el desprecio por la soberanía en Malvinas, por eso la idea de dolarizar y quedarnos sin moneda propia. Por eso la idea de destruir leyes a mansalva por DNU.
(*) Publicada originalmente en el diario Página/12