Por Ernesto Tenembaum (*)
El triunfo de Milei es mérito suyo. Él supo expresar lo que pasaba en la sociedad y proponer una solución que, aunque sea discutible, fue creíble. ¿Terminará cumpliendo la promesa de derrotar la inflación y marcará una época? ¿O será su gestión un sinfín de conflictos que lo desgaste rápidamente?
La Argentina vivió un día histórico. Un aluvión de votos coronó al inesperado Javier Milei como futuro Presidente de la Nación. Cansada de los dimes y diretes de la política tradicional, la sociedad optó por una variante que era la expresión más lejana posible de todo lo que existe. El nuevo Presidente será alguien que nunca fue parte de la estructura que gobernó el país, cuyas ideas económicas expresan una variante extrema del neoliberalismo y cuyos valores contrastan en muchos sentidos con todo lo que parecía irreversible en la Argentina. En cada una de estas áreas, lo que ocurrió es realmente asombroso.
Se trata de una revolución política. Milei solo le ganó a Juntos por el Cambio, cuya supervivencia ahora es muy discutible. El esquema político previo a la elección -un peronismo acorralado por una centroderecha dispuesta a asumir el poder- voló por el aire. Como el mismo Presidente electo pronosticó hace unos meses, “al final del camino quedaremos de un lado nosotros, con los halcones de Juntos por el Cambio, y del otro los kirchneristas con las palomas”. Así las cosas, la nueva grieta argentina quedó plasmada en el balotaje de este domingo: de un lado, el peronismo derrotado; del otro, una expresión política que está más a la derecha de todo lo que alguna vez gobernó la Argentina por vía democrática. Nunca antes llegó por los votos a la Presidencia alguien que utilice la palabra “zurdo” como un insulto.
Se trata, además, de una revolución económica. Milei está convencido de que hay una sola razón que explica el estancamiento argentino: la emisión monetaria. Así, sostiene que si se realiza un ajuste “más profundo de lo que pide el Fondo Monetario”, la Argentina alcanzará el equilibrio fiscal y con ello la estabilidad y el crecimiento. La sociedad votó eso y deberá convivir con sus consecuencias. Porque Milei no mintió. Fue, una y otra vez, franco, directo y honesto. En los últimos días, habló de shock, antes había anunciado un ajuste del 15 por ciento del PBI. Ese enfoque siempre genera debates: ¿Será aceptable socialmente? ¿Será técnicamente acertado? ¿Ese sufrimiento será la antesala de la tierra prometida o el comienzo de otra frustración? Sea como fuere, la revolución se pondrá en marcha. Esas preguntas suenan lejanas en medio de la euforia de la coronación de ayer, pero son centrales para lo que viene.
Se trata también de una revolución en términos de valores morales. La sociedad eligió a un Presidente que tensionó muchas de las ideas que, hasta ayer, parecían compartidas. En su vertiginoso ascenso de la nada hacia el todo, Milei habilitó debates impensados. Repudió al Papa, respaldó la represión ilegal, humilló a Raúl Alfonsín, sugirió varias veces que habilitaría la venta de órganos, sostuvo que no tendría relaciones con socios comerciales muy importantes, dio señales claves de que, por lo menos, desfinanciaría a la salud y la educación públicas, propuso destruir el Banco Central y dolarizar con pocos dólares. Milei además destrató a mujeres por televisión hasta hacerlas llorar y realizó comparaciones muy discriminatorias hacia la comunidad LGBT, que en otros momentos hubiera generado un castigo social. En este caso, lo que provocaron fue lo contrario: el máximo de los reconocimientos. Es evidente que la sociedad argentina ha cambiado y que el enojo la llevó a apostar por un giro muy radical. Por alguien que, al menos, expresaba ese enojo.
Esta historia increíble, en cualquier caso, recién empieza. Como suele decirse, el día más feliz de un Presidente es aquel en el que fue electo. Con lo difícil que fue llegar, eso no es nada ante el desafío de gobernar.
Horas después de que trascendieran los primeros resultados, los dólares paralelos, que se negociaban en el mercado virtual, habían pegado una estampida mayor al 20 por ciento. Era un fenómeno parecido a lo que ocurrió en las primarias de agosto, cuando estaba en 600 y, en pocas horas, trepó a los 800. Ese detalle puede ser leído de varias maneras. La primera es que Milei hereda una situación muy frágil que no fue creada por él, pero que será un problema para los comienzos de su gestión, como lo hubiera sido si el ganador era Sergio Massa. La segunda es que la primera reacción de los mercados ante su triunfo es de desconfianza. Conjurar esos fantasmas será una prueba que marcará la gestión que empezará el 10 de diciembre.
En algún sentido, esa situación tiene un paralelismo con lo que ocurrió en 2019, tras el triunfo de Alberto Fernández en las PASO. La estampida del dólar que se produjo ese día fue terrible. ¿Era culpa de él? No. Pero sería un desafío personal muy importante. Además, su llegada, era obvio, generaba desconfianza. Solo de esa manera se podía interpretar la fuga. Cuatro años después, estamos en el mismo punto. Si Milei logra sacar al país de ese loop, habrá nacido un nuevo líder. Si no lo logra, su gestión será muy turbulenta. A primera vista, su destino parece jugarse a suerte y verdad. Más allá de las preferencias de cada uno, lo mejor que le puede pasar al país es que encuentre la salida a ese laberinto.
Otro de los tantos desafíos que enfrentará el nuevo Presidente será la división social y política que emerge de esta elección. Se trata de una grieta amplificada por un fenómeno tan esperanzador para muchos como disruptivo para tantos otros. Esa situación se expresó el sábado a la noche, cuando Milei concurrió al teatro Colón. Muchos lo ovacionaron, otros tantos lo abuchearon. Por poco no hubo heridos. En ese sentido, el nuevo Presidente deberá optar por alimentar ese clima o tratar de que ese conflicto no escale. Hasta aquí, su método fue el primero. Y fue muy exitoso. Hay allí otro interrogante.
Y todo eso deberá hacerlo con representaciones parlamentarias muy minoritarias, y líderes territoriales que, en ningún caso, pertenecen a su partido. ¿Terminará cumpliendo la promesa de derrotar la inflación y marcará una época? ¿Será su gestión un sinfín de conflictos que lo desgaste rápidamente? ¿Podrá? Esa pregunta es central para cada Presidente que asume en la Argentina. El periplo de sus antecesores refleja que no le va a ser fácil. Pero Milei ha logrado tantas cosas imposibles que quién dice.
Luego del shock, la política tradicional se deberá enfrentar al desafío de pensar seriamente qué cosas hizo tan mal para que esto sucediera. El triunfo de Milei es mérito suyo. Él supo expresar lo que pasaba en la sociedad y proponer una solución que, aunque sea discutible, fue creíble. Pero la culpa de ese triunfo está en otro lado: demasiada gente bailó en la cubierta del Titanic, jugó en el bosque pensando que todo era gratis.
En cualquiera de los casos, el nuevo Presidente podrá disfrutar de una primavera que la sociedad otorga a quienes triunfan, como lo hizo él, de manera tan legítima. La guerra electoral ha terminado. Javier Milei es el nuevo líder político de la Argentina. Muchas personas están viviendo esa noticia como una tragedia. Pero la democracia es un sistema donde los gobernantes son elegidos por la mayoría del pueblo. Y para esa mayoría indiscutible, Milei es sinónimo de esperanza.
Una nueva etapa histórica ha comenzado.
(*) Periodista
Publicado en Infobae